La palabra espiritualidad ha sido usada con tanta
profusión y generalmente tan a destiempo, que ha perdido gran parte de su fuerza
y su significado, en especial, para las nuevas generaciones.
Es fácil,
confundir espiritualidad con pertenecer a sectas o grupos jerarquizados rígidamente en forma piramidal, con religiones dogmáticas, con la práctica de actos aparentemente bondadosos que, en ocasiones,
llevan a la aceptación pasiva y callada de hechos injustos, que en nombre de
extraños valores, no hacen sino aumentar la injusticia y la impunidad de
quienes los propician.
Por mucho que
la ciencia se empeñe en no aceptar sino aquello que puede pesar y medir, por
mucho empeño que tenga en negar la existencia del espíritu, en cada ser humano
existe un sentido de su propia trascendencia que no puede encubrirse.
Si ese sentido
de la trascendencia personal no es encauzado inteligentemente, los constructores
de absurdos, pronto se encargarán de acoplarle a algún método religioso o
sectario, cuya exigencia constituirá la obnubilación
de la razón y renuncia a su individualidad
para formar parte de una masa sin criterio, bien mediante celestiales promesas
infantiles o por medio de perversas amenazas para después de la muerte.
Así puede
explicarse la increíble paradoja de científicos dotados de extraordinaria
inteligencia, formando parte del colectivo de fieles de religiones o sectas
cuya filosofía solo puede ser calificada de absurda, incluso de irracional.
En otros casos,
la prepotencia de la ciencia atea amputará de raíz cualquier idea trascendente,
transformando al individuo en un pobre esclavo de la muerte y la nada.
La idea que tienen los seres humanos sobre Dios, no nos atreveríamos a tenerla ni sobre nuestro peor enemigo, ni por supuesto sobre ninguna persona a la que de verdad queramos. Como podemos suponer, que el Creador de este universo, pueda tener un tiempo y un lugar eternos dedicados exclusivamente a deleitar o hacer sufrir a las personas, y en muchas ocasiones tan solo por haber actuado de forma natural, de acuerdo a sus propios y personales principios.
La inteligencia espiritual se basa exclusivamente es escuchar a tu propio corazón, a tu propia mente, al poder del espíritu que brilla en ti.
Te darás
cuenta de que en este universo la vida parece no tener mucho valor, el sistema
de supervivencia de los individuos y de las especies se basa en “literalmente”,
comerse al otro.
Puedes deducir
que sin el espíritu la vida no sería posible, la máquina de vivir que llamamos
cuerpo necesita de “algo” que la permita funcionar, algo más allá de conexiones
neuronales o mecanismos biológicos. Podemos seguir deduciendo que el espíritu
ES quien habita en cada cuerpo de cada ser vivo, incluso en cada átomo de la
aparente materia inerte. Y entonces que importancia puede tener para el
espíritu que es inmortal y creador, el hecho de perder un cuerpo físico, al que
puede sustituir con total facilidad.
Sólo así se
comprende tanto la muerte, como el nacimiento.
Cada ser vivo
es realmente un mundo diferente, no es igual el espíritu mirando desde los ojos
de una hormiga, que desde los de un pez, desde los de un niño o los de un
anciano. No es lo mismo ver lo que sucede en el norte que lo que pasa en el
sur, en el este o en el oeste. Cada acción determina un nuevo espacio-tiempo,
de hecho cada individuo por decirlo de alguna manera, determina, su propio y
personal universo, escogiendo entre ilimitadas posibilidades, aquel que comprende. El espíritu en su infinitud “juega” en lo
limitado, creando tantos universos como unidades de conciencia, pues uno y otro
son inseparables.
En qué
consiste la práctica de la Inteligencia Espiritual, consiste en saber que tu
propio y verdadero SER es inmortal, que a través de tu personalidad crea tu
mundo que es también su mundo.
Consiste en
escoger los mejores universos, que no son los más complicados y competitivos,
sino aquellos que proporcionan más paz interior.
Consiste en no
tener miedo, pues estas en buenas manos, en las mejores.
Consiste en
sentirte alegre, porque el espíritu infinito actúa en y a través de ti, porque
así lo desea, y sin duda saber esto es un motivo de extraordinaria alegría.
Consiste en
saber que en el océano del tiempo, todo es transitorio, inevitablemente
cambiante, y que querer detener lo que hay que dejar partir, y empujar lo que
todavía no se debe abandonar, es un gasto inútil de energía.
Consiste en
saber ver, en aceptar el juego de la vida, y aprender a ver en el brillo de
todos los ojos, la sonrisa de dios.
Consiste en
saber que la muerte es tan solo un cambio, y que el nacimiento es igualmente
solo un cambio.
Consiste en
saber que ni eres de nadie, ni nadie te pertenece.
Las cosas solo
existen mientras nuestra conciencia las aprecia, tienen el valor y la
importancia que nuestra mente les otorga, todas son manifestaciones
transitorias y cambiantes, apegarse a ellas no alargará la duración de su
existencia, ni nuestro tiempo de su percepción. Amar la esencia de las cosas es
permitir que puedan mostrarse de forma distinta, renovada, al igual que el
rosal renueva cada año la belleza de sus flores.
Piensa que
todo es uno, que todo está unido y perfectamente conectado, pero cada conexión
se realiza en su espacio correspondiente. El espíritu no necesita estar
conectado con nada, porque desde él, todo es él. La mente personal está
conectada con todas las mentes individuales, sean éstas las de los arcángeles,
las de los seres humanos o las de las mariposas. Los sentimientos están todos
unidos en el plano propio de los sentimientos, y los cuerpos físicos lo están
el plano material, en nuestro caso, compartiendo el tiempo y el espacio de la
tierra.
La
espiritualidad es pura física aplicada a lo trascendente, imagina un vaso en el
que se hayan depositado diferentes líquidos. Los más densos se situarán en la
parte inferior, y los menos densos arriba, de entre todos ellos el más sutil,
se encontrará justo en la superficie y desde ella, su mínima densidad, su
volatilidad, le permitirá evaporarse, es decir pasar a otra condición
absolutamente diferente y mucho más libre de la materia.
Con las personas sucede lo mismo, aquellas que se mueven en la virtud, en la bondad, en la solidaridad, en el amor, van elevando sus “vibraciones”, alejándose de los valores primitivos de las escalas humanas y acercándose a las que forman parte de la esfera de los dioses, de los espíritus inmortales, los seres perfectos que no precisan de ningún cuerpo denso para existir en la grandeza, en la belleza y en la dicha infinita.
Consiste en
saber que Dios está en ti y tú en él, ahora y siempre.
Así pues, ¿qué es la inteligencia espiritual? Pensar
que Dios es perfecto, por eso, cuanto mejor hagas las cosas más poder
divino expresarás.
©José Antonio
Portela (Artículo
publicado el 14 de Abril del 2006, www.portelatarot.com)
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